Hace tiempo que vengo dando vueltas a escribir algo para este blog sobre Adolfo Marsillach. Cosa nada fácil. ¿Cómo expresar de una manera más o menos concisa todo lo que me ronda y quisiera contar? Como la vida nos va dando pautas y, a menudo, nos sorprende y nos da la brújula para seguir el camino, hoy se ha cruzado en el mío, Salbi Senante . De Adolfo, hablaré otro día.
No nos veíamos, probablemente, desde hace once años, cuando compartimos la noche fatídica de la muerte de Adolfo. Quizás hemos coincidido después rápidamente en alguna otra ocasión, pero el recuerdo de aquella noche es tan potente que ha borrado lo siguiente. Y es muy significativo que hable primero de ella, porque gracias a Salbi tuve la suerte de trabajar con él, conocerle, tratarle, admirarle, quererle…. y por ese orden. Con ella empezó la mejor etapa profesional, y en muchos aspectos también personal, de mi vida. Una etapa que no volverá. Una experiencia que me marcó para siempre.
Creo que la conozco bien. Hoy me he encontrado a la misma Salbi de siempre, a la que conocí hace veintitantos años, con esa apariencia y fama de persona dura e inflexible, pero que se quiebra irremediablemente si algo le toca el corazón. Soy especialista en este tipo de personas. Las detecto y las reconozco inmediatamente. He visto a la misma Salbi que se emociona y es incapaz de frenar el llanto, recordando un momento determinado o a la gente que ha querido. Todos estos años se le han venido encima cuando ha pasado a la tercera planta del ministerio, donde nos conocimos, y donde me dio el relevo, sin saberlo en ese momento.
Trabajadora incansable, disciplinada, máquina de contar anécdotas, amiga de sus amigos, persona leal donde las haya… y franca, en cualquier circunstancia. Ella me enseñó un ordenador por primera vez y muchas otras cosas.
Desde niño me enseñaron que de bien nacido es ser agradecido. Por eso, desde aquí, mi cariño, mi lealtad y mi agradecimiento para siempre.
No tuve la suerte de tratarla cuando trabajamos cerca. La conozco por ti y a través de esa mágica y fructífera relación que tuviste con el gran Adolfo Marsillach.
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