jueves, 10 de septiembre de 2015

MARCO ANTONIO Y CLEOPATRA

No, no somos Marco Antonio y Cleopatra, parafraseando a Karina en aquella cursi canción de los años setenta. Ni falta que nos hace aunque, echándole mucha imaginación, podríamos encontrar alguna similitud. Yo, aunque presumo de pacifista, tengo un espíritu guerrero ante la vida que me salva de esa imagen de niño bueno de la que no consigo escapar a pesar de los años. Ella no es la reina del Nilo pero su tenacidad y una personalidad fuerte, brillante e independiente, atrae como un imán, desde siempre y sin que lo pretenda, las miradas de muchas de las personas que se le cruzan en el camino.
El pasado sábado nos convertimos en un centurión romano y una reina egipcia de guardarropía, para asistir a la fiesta de cumpleaños de una de nuestras mejores y más cercanas amigas, y nos encontramos con la sorpresa de la celebración de nuestros propios cincuenta años. ¡Que grande suena esa cifra! Elena los cumplió en agosto y a mí me falta un cuarto de hora, en diciembre.
Para nosotros,  las palabras amigos y familia, tanto monta, van inevitablemente unidas. No sabemos donde acaba una y donde empieza la otra. Nuestra familia, nuestros amigos de toda la vida y los que nos hemos ido encontrando hasta la fecha,  aunque se diría que estuvieron siempre a nuestro lado, se compincharon hace tiempo para regalarnos una fiesta que recordaremos siempre. Una fiesta entrañable, disparatada, intensa y un poco excesiva, como nosotros mismos. No podremos olvidar las palabras, el desfile, la genialidad, los bailes, el cariño, la emoción, las risas, los abrazos,  los besos... No estaban todos los que son, pero sí son todos los que estaban.
Hoy me ha dado por las canciones, y recordando las hermosas palabras de otra que cantaba Pablo Milanés hace muchos años, el tiempo, el implacable, el que pasó... solo una huella triste nos dejó, tengo que decir que en nuestro caso, los cincuenta años no nos dejaron una huella triste, sino todo lo contrario. Nos dejaron fantásticos recuerdos y, sobre todo, nos han permitido disfrutar de una serie de personas maravillosas y únicas. Somos unos grandes afortunados por teneros cerca.
Os lo he dicho y lo repito. Muchas gracias a todos y cada uno de vosotros. Nuestra vida no sería la misma si no estuvierais en ella.



viernes, 10 de abril de 2015

CONOCIMIENTOS Y DESTREZAS

Desde hace algunos años, los responsables de educación de la Comunidad de Madrid nos obsequian con la impagable posibilidad de conocer el nivel educativo de los colegios e institutos públicos, privados y concertados, en los que estudian nuestros hijos, mediante una prueba realizada en todos los centros de la región: la Prueba C.D.I. (Prueba de Conocimientos y Destrezas Indispensables). Se trata de una serie de exámenes en los que los chavales de determinados cursos, una vez más, deben demostrar sus conocimientos. Posteriormente, se elaboran unas listas y unas estadísticas que se publican a bombo y platillo, y en donde queda muy claro, faltaría más, cuales son los colegios e institutos más recomendables, más brillantes, "de más nivel". Esas escuelas donde cualquier familia responsable no debería dudar en llevar a sus hijos. El gozo de los padres y madres agraciados con el gordo y los primeros premios de esta lotería es infinito, como enorme es la decepción y el pesar de los que mandan a sus niños a esos coles cutres que no consiguen ni siquiera la pedrea.


Por pura educación, respeto la importancia que pueda tener para alguien la mencionada prueba C.D.I., pero no la comparto en absoluto. Ni mucho menos quiero que mis hijas formen parte de ninguna estadística sin que, por lo menos, me pregunten si estoy de acuerdo en ello. Es obligatoria. Todos deben someterse a ella, sí o sí. ¿Por qué?


Mis hijas no han hecho nunca ese examen. Bajo nuestra responsabilidad no han asistido a clase en los días en que se llevaba a cabo dicha prueba y, simplemente, hemos justificado su falta aludiendo motivos de malestar, gripe, catarro, o cualquier otro pretexto que tranquilizase  a los responsables de cara a la tan temida inspección, aunque siempre supieron los auténticos motivos. Y ahí había quedado la cosa.


La próxima semana Lucía se tiene que examinar de la prueba C.D.I. por primera vez desde que dio el paso de la educación primaria al instituto. Y por primera vez, nos hemos adelantado escribiendo una nota en la que anunciamos que nuestra hija no se va a examinar, y en la que explicamos nuestros motivos. Comprendo que nuestra tozudez pueda resultar incómoda algunas veces pero desde luego no creo que nada, importante o no, dependa de que una alumna haga la dichosa prueba o no la haga.


Esta mañana he recibido la cordial y amable llamada de la directora del instituto, en la que en medio de una cordial y amable conversación, me ha hecho saber las trascendencia de nuestra decisión. Le agradezco de verdad, su interés y la atención prestada a nuestra hija, pero no puedo dejar de sentir una gran indefensión y una enorme sensación de falta de libertad, al enterarme, no sólo  de que la prueba es obligatoria, cosa que ya conocía, sino que en este instituto su calificación está incluida en la programación anual del centro y formará parte de la media resultante de las notas del resto de exámenes, innumerables, de la evaluación y del curso. De manera que debemos asumir, de nuevo sí o sí, que el hecho de que no se haga puede ser perjudicial. Además, también debemos asumir que la inspección se interese por el asunto. Me ha explicado los motivos que llevaron al instituto a tomar esta decisión. Los alumnos no se toman en serio la prueba si la nota obtenida no cuenta, así como que muchos padres de niños con buenas calificaciones  consideran injusto que esas calificaciones "no sirvan para nada". Eso sí, todo en nombre de la calidad de la educación pública, puesto que consideran que si se prepara y se realiza la prueba se demuestra que el nivel de nuestros centros públicos nada tiene que envidiar al de los privados y concertados. 


Que complicado ¿no? Sobre todo, cuando lo que uno modestamente considera y desea para sus hijas es que acudan al colegio y al instituto a formarse, a relacionarse, a crecer como personas libres, independientes, colaboradoras y buenas. Cuando uno cree que la educación, en ningún caso, debe ser competitiva. Cuando uno ya sabe que no es más brillante, ni más feliz, ni mejor en definitiva, quien llega primero. Cuando uno quisiera que sus hijas adquiriesen interés por aprender y no por aprobar exámenes. 


Sigamos sobrevalorando los exámenes, las notas y las clasificaciones como si de una carrera de obstáculos se tratase, y seguiremos teniendo personas brillantes y preparadas que no han leído un libro en su vida. 


Mi hija, que es menor, deberá asumir y pagar las consecuencias de esta chifladura de sus padres. No sería la primera vez. Y nosotros, aunque todavía no sabemos la decisión que tomaremos con respecto a tan trascendente e importante prueba, asumiremos, como siempre, las consecuencias de ser, otra vez (que aburrimiento), una piedrecita pequeña en un engranaje que no nos gusta.  Lo asumiremos y lo aceptaremos, pero no me hablen de la inspección. Soy un particular. Son sus jefes pero no los míos.


Y mucho menos me hablen de defender la educación pública. Eso se hace de otras maneras.


Francisco Giner de Los Ríos