lunes, 29 de agosto de 2016

EUGENIA ALVEAR



Para mí, "la señá Uge".


Conocimos a Uge hace ya muchos años. Parece mentira lo rápido que ha pasado el tiempo. Ella pertenecía, casi militaba, a una asociación naturalista, y organizó en nuestro barrio un taller de naturaleza al que apuntamos a Lucía, muy pequeñita, junto a algunos amigos. Desde el principio intuimos que con ella iba a aprender muchas cosas de esas que no se enseñan en el colegio. Y así fue. 

Desde que empecé a tratar con ella, supe que seríamos amigos. Es de esa especie de personas que, por alguna razón que desconozco, se me dan bien. Nada complaciente con los demás y mucho menos con ella misma. Algo esquiva, muy discreta y poco amiga de halagos fáciles. Yo los llamo duros-blandos. Son esos que bajo una apariencia un poco distante esconden oro de ley. Esos que nunca te fallan.

Algo más tarde se sacó de la manga un campamento de verano diferente y, de nuevo, esta vez ya casi amigos suyos, volvimos a mandar con ella a nuestra hija. El resultado fueron unos días en los que los chavales compartieron experiencias y conocimientos nada frecuentes en los campamentos al uso.

Más adelante Lucía pasó por una etapa algo complicada en el cole. El sistema educativo actual es feroz y la incomprensión y falta de sensibilidad de algunos profesionales puede minar para siempre la autoestima de un niño. Algo nos iluminó y Uge fue nuestra tabla de salvación. Durante años vino a diario a nuestra casa convirtiéndose en alguien cotidiano en nuestra vida. Una de esas pocas personas que te ve en zapatillas. No sólo ayudó, a veces con mucho esfuerzo, a Lucía a aprender a estudiar, a hacer resúmenes, a buscar lo esencial, a hacer trabajos... creo que la ayudó a crecer como persona, a desarrollar una sensibilidad ante determinadas cuestiones que la acompañará toda su vida. Se convirtió, por derecho propio, en una amiga de esas con las que puedes contar en cualquier circunstancia.

Uge no se queda corta, siempre da más de lo que le pides. Y en todo, desde la cosa más pequeña que se proponga, pone su alma. Lo mismo hace un dibujo que cose un traje, te enseña a escribir con pluma o edita un vídeo, te corrige la ortografía o te habla de la reproducción de los sapos corredores. A mí hasta me hizo bloguero. Si leéis todas estas cosas que escribo de vez en cuando, es gracias a ella.

A su lado está Joaquín, maestro entre los maestros, músico, coleccionista de instrumentos, luthier, inventor, genio... Juntos, forman un tándem absolutamente renacentista del que se aprende constantemente.

Como ya he dicho que no es nada complaciente, me imagino la cara que pondrá cuando lea esto. Pensará que soy un exagerado, y su escepticismo y timidez la obligará a creerse la mitad de la mitad. Pero como es una dura-blanda, creo que le hará ilusión y se emocionará un poquito.

Uge ha cumplido años hace unos días. Una cifra redonda. Unos años, aunque ella no lo crea, tremendamente aprovechados, en los que no ha dejado de buscar, y lo seguirá haciendo, porque es una de las personas más jóvenes que conozco. Unos años llenos de curiosidad ante tantas cosas. 

Estas palabras son un pequeño regalo. Pequeñísimo en comparación con todo lo que nos ha dado ella. 

Uge, desde aquí te doy las gracias por ser tan importante para nosotros, gracias por hacer que tu pupila sea tu amiga, gracias por ser mi confidente en tantas ocasiones, gracias por tus consejos, gracias por honrarnos con tu amistad. Gracias por estar en nuestra vida.