miércoles, 22 de mayo de 2019

ME GUSTARÍA


Ayer asistí orgulloso a la graduación como bachiller de mi hija Lucía. En realidad es la segunda. Aunque el año pasado no consiguió superarlo, tuvo su graduación. ¡Faltaría más! Ella y todos los que estaban en su misma circunstancia. Pobrecitos, ¿cómo no iban a disfrutar de algo tan importante? La verdad es que he perdido el número de graduaciones por los que ya han pasado mis hijas. Se graduaron en la escuela infantil y al final de los dos ciclos del colegio. Ahora no recuerdo si Lucía se graduó también al terminar la ESO… no estoy seguro. ¡Será por graduaciones!

La verdad es que cada día tolero menos el paripé y son unos actos que no me gustan. Incluso me parecen un poquito ridículos. Y que nadie se me enfade, por favor, que no es mi intención molestar. Por supuesto, respeto y me encanta que los chicos y chicas tengan un día grande, que lo pasen bien y se sientan importantes y protagonistas en un día tan señalado.  Lo mismo que sus familias.

Me gustó mucho que hubiese actuaciones de varios chicos y chicas tocando el piano y la guitarra, cantando... muy bien, por cierto.  De esta forma, estos actos se hacen más amenos entre discurso y discurso. A mí me gustaría que, además de utilizar para estas cosas el talento musical de los alumnos y alumnas, las enseñanzas artísticas tuviesen su sitio real en colegios e institutos y no fueran algo de tercera división, cuando no son directamente despreciadas. Aprovecho para reivindicar la inclusión del Bachillerato de Artes en algún centro ripense. Resulta irónico y hasta vergonzoso que el único que dispone de este bachillerato que permite continuar estudios como composición musical, bellas artes, diseño, cine y medios audiovisuales o artes escénicas, sea también el único concertado del municipio. Comprendo que son asuntos menores, pero no solo de ingenierías vive el hombre. Y la mujer.

Me gustó mucho ver a las chicas y chicos, tan bien vestidos, tan arreglados, tan guapos. Grandes escotes en los vestidos, espaldas al aire y taconazos ellas. Enchaquetados y encorbatados ellos. A mí me gustaría que, en el instituto, no se hiciera tanto hincapié en que las chicas vayan vestidas formalmente y enseñando poca chicha no sea que los varones se desmanden y no presten atención a sus estudios, mientras que ellos pueden asistir a clase más desaliñados y llevar camisetas enseñando bíceps sin problema. Curiosamente, lo contrario que en la fiesta de graduación. La corbata les da formalidad a ellos, mientras que ellas resultan más femeninas si se descocan un poquito. Por favor, saquemos de la educación esas normas no escritas tan pacatas y absurdas.

Me gustó mucho escuchar los discursos de alguno de los profesores y alumnos. Vi alguna punta de espíritu crítico, que viene muy bien en esa ensalada de palabras algo almibaradas y autocomplacientes, con las que se intenta dejar claro que el esfuerzo exigido y los consejos impartidos han servido y, gracias a ellos, los graduados y graduadas prestarán grandes servicios a la sociedad. A mí me gustaría que algunos discursos fueran un poquito menos fríos y fueran un poquito más de verdad. Que tuvieran menos consignas vacías y no fueran tan complacientes. Que no se frivolizara con el estrés, la tensión, el miedo en el cuerpo que han sufrido los alumnos y alumnas durante el curso, sino que se intentara que no tuvieran que pasar por ello y desde el centro se les empujara menos y se les ayudara más. Por supuesto, estoy generalizando. Tengo clarísimo que existen, como en cualquier ámbito,  honrosísimas excepciones. Pero esa es la realidad, los nervios se comen a los chicos y chicas en segundo de bachiller y, desafortunadamente, les importa mucho menos aprender que conseguir esos numeritos finales en un papel como dijo alguna de ellas. Claro, también aquí estoy generalizando.

Me gusta, finalmente, que se reconozca a los mejores, ‘We are the champios’, que se celebre el esfuerzo, que se premie a los que cumplen con las expectativas de una sociedad que espera mucho de ellos y ellas. A mí me gustaría que esa misma sociedad, tan competitiva y poco exigente en valores de otro tipo, se comprometiera a estimular, a ofrecer esperanzas y ser más humana con los jóvenes porque ellos y ellas son los que harán el futuro.

Como una persona querida me dijo una vez, lo mejor es enemigo de lo bueno. Nunca me olvido de esas palabras. A mí me gustaría que lo bueno fuese lo mejor.