sábado, 31 de agosto de 2024

ANTONIO BELMONTE


Antonio es una de las personas más honestas que conozco y, sin duda, es el tío más espartano y sobrio de toda la gente que me rodea. Desde que le conocí, hace ya mucho porque de casi todo hace ya mucho, decidí que quería parecerme a él y desde entonces no he hecho otra cosa que intentar imitarle. Su discreción, su aparente tranquilidad, su criterio y conocimiento sobre lo que nos rodea, su templanza, su cultura... Él no posturea, es auténtico.

En aquellos primeros momentos de amistad me sorprendía diciéndome que podría vivir en una habitación de hotel solamente con un ordenador y una muda. Para mí, que vivo rodeado de objetos y recuerdos, eso me parecía una excentricidad pero según han ido pasando los años y me he ido haciendo mayor, cada vez le comprendo mejor. Creo que ahora, pasado tanto tiempo, yo también podría vivir con tan poco. O casi... porque llegar a su nivel de austeridad no es fácil. 

La vida le ha dado duro, ha sufrido, pero eso no le ha hecho perder el norte ni mucho menos victimizarse. Junto a  Lucía ha edificado un muro de contención contra la tristeza desde el que, lejos de hacerse compadecer, animan y enseñan a cuantos les queremos a intentar superar la amargura. ¡Cuánto hay que aprender de vosotros, amigo!

Antonio es un ateo convencido, Y apóstata. Sin embargo, tiene un sentido de la espiritualidad y lo trascendente que ya quisieran muchos meapilas de misa diaria. Sabe perfectamente donde está Dios: en la belleza, en el arte, en la naturaleza...y en sus hijos. Pocos padres tan entregados, sensibles y amorosos como él.

Cultiva la amistad con esmero y siempre espera para cuando le necesitas. No tiene que  decirlo. Para mí más que amigo es hermano, alguien incondicional que no pide explicaciones ni da consejos pero siempre ayuda. 

Antonio, este mes has cumplido sesenta, ¡qué barbaridad!, y te deseo toda la felicidad porque la mereces. De mayor quiero ser como tú.


Agosto de 2024











domingo, 19 de mayo de 2024

VÍCTOR MANUEL

Paixarinos que vais cantando decidle a ella... se escuchaba en mi casa desde un disco de la compañía Belter en cuya portada un muchacho taciturno con sandalias y guitarra esbozaba una sonrisa tímida. Yo era muy crío pero a mis hermanas les gustaba mucho y anoche cuando Víctor Manuel, en su concierto en Rivas, empezó a cantar esa frase, sin pensar, se me llenaron los ojos de lágrimas y la congoja se apoderó de mí.

Le he seguido, escuchado y visto infinidad de veces pero la emoción sentida anoche, tal vez porque yo estoy algo blandengue,  no se me va a olvidar. Fue un concierto medido, sentido y austero, a pesar de cantar arropado por una orquesta sinfónica y un coro, los de mi pueblo. Un concierto  sin concesiones a lo "fácil" del que sabe que le sobran tablas y repertorio y se puede permitir el lujo de cantar lo que le dé la gana. Hace cuarenta y tantos años que compuso para su amigo Miguel Ríos "El blues del autobús" y si en ella afirmaba que sabía más por perro que por viejo, ahora, ya viejo, reparte sabiduría y bonhomía desde el escenario de una manera sencilla, nada pretenciosa, en estos tiempos de pedantes imposibles donde todo el mundo opina de todo sin saber de lo que habla. Como si eso fuera fácil.

Escuchar a la sirena pedir al pescador que se vaya con ella al agua me sobrecogió casi tanto como la primera vez que la escuché; volví a sentir cómo si estuviera en aquel Mieres pre reconversión industrial el run run del tren de chapa; a oler, ay amor, la hierbabuena del jardín y la emoción bloqueó mi pecho y rompí a llorar de nuevo con aquella pareja a la que las hormigas le corren eternamente por los pies.

Víctor Manuel es mayor pero tengo la impresión de que sigue siendo aquel corazón tendido al sol que escuchaba de adolescente, esta vez desde un disco mío, que me enseñó que alguien a quien no conoces puede sentir y cantar cosas como si lo hicieras tú. Y ahí sigue, seguimos, teniendo la certeza de dos o tres cosas nada más y echando a andar cada día intentando buscar la paz invencibles de moral.

Gracias, Víctor Manuel, por seguir reivindicando que para la ternura siempre hay tiempo.




miércoles, 8 de mayo de 2024

EL ASCENSOR

Ayer, por fin, después de muchos años, se aprobó en una larga reunión con la que he soñado toda la noche la instalación de un ascensor en la casa donde viven mis padres desde hace más de sesenta años; donde yo nací y me crie. Una casa de barrio, modesta, de aquellas que se hicieron en esos años sesenta del “desarrollismo” y el milagro económico español.

Ha hecho falta que lleguen a los noventa y tantos años cada uno y con serias dificultades de movilidad para que puedan ver la decisión de algunos de sus vecinos de toda la vida. El dichoso ascensor, después de solicitar licencias, créditos bancarios, subvenciones, etc, etc. se empezará a instalar, con suerte, dentro de poco menos de un par de años y ellos sueñan con llegar a poder conocer y usar este aparato que les permita bajar y subir los cinco pisos que les tienen recluidos en esa casa sin poder salir a tomar un poco de sol y de aire. Esa casa que se han negado a abandonar por razones tan nimias como que allí han criado a sus hijos y es donde duermen los recuerdos de toda una vida.

Empatía es una palabra muy de actualidad. Como casi todo lo que se pone de moda se gasta rápido y me hace desconfiar. Tiene un significado precioso pero es muy fácil de pronunciar y se utiliza demasiado a la ligera, me parece a mí. Prefiero palabras como bondad, sentido común, solidaridad, comprensión, respeto, justicia, generosidad…

En fin, bienvenido sea el ascensor que inauguraremos estrellando contra él una botella del mejor champagne francés como si se tratara de un trasatlántico. Nuestro trasatlántico.