Dieciocho. Olivia, mi hija pequeña cumple hoy dieciocho años. Esa niña que no quería hacerse mayor y a la que no le queda más remedio que crecer por mucho que se resista.
A los que me conocen ya les he contado muchas veces que cuando Olivia era muy pequeñita, casi recién nacida, nos miraba a su madre y a mí con unos ojos profundos en los que uno indagaba intentando descifrar el enigma de una sabiduría milenaria. Tan inquietante era su mirada que yo le preguntaba de donde había venido. Y así sigue, dando la sensación a quienes la rodeamos de que tiene explicación y respuesta para todo, aunque a veces la fragilidad que esconde celosamente bajo su coraza le juegue malas pasadas y sienta que el mundo se le echa encima.
Olivia sabe muy bien lo que quiere o, mejor dicho, sabe lo que no quiere. No quiere transigir con lo que no va con ella, no quiere hacer paripés de esos a los que todos en algunos momentos tenemos que rendirnos, no quiere que nadie tome decisiones que a ella le corresponden… Estrena su mayoría de edad con un carácter y una independencia forjados con los miles de preguntas que se hace cada día y con una personalidad nada complaciente que hará que siempre busque y que no se conforme. Casi nada.
Aparte de todo eso, Olivia es mi gemela. Se reirá cuando lea esto y dirá: papaaaá… pero sabe que es así. Como sabe lo que pienso, igual que yo sé lo que piensa ella, sin apenas mediar palabra entre nosotros. Es un lazo tejido desde aquel primer día en que la miré a los ojos y me perdí en ese laberinto de conocimiento del que todavía no he salido.
Mi cómplice, eso es Olivia. Nada más y nada menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario