Debía tener ocho o nueve años cuando vi por primera vez, en programa doble, las películas El planeta de los simios y El tiempo en sus manos, con el tiempo dos clásicos de la ciencia ficción. Fue en el cine Aragón que con los años fue convertido en multisalas hasta llegar a su desaparición como tantos otros. Este cine estaba muy cerca de mi barrio, razón por la que un montón de chavales vecinos fuimos en panda con varias de nuestras madres. Esto se hacía con frecuencia en aquellos años y para nosotros era todo un acontecimiento. Me estoy viendo subiendo nervioso las escaleras del gallinero, con la película empezada y Charlton Heston, vestido de astronauta, en la pantalla. No sospechaba en ese momento que esas dos películas me acompañarían para siempre.
El planeta de los simios es la adaptación al cine de una novela del escritor francés Pierre Boulle y en ella se muestra de forma impactante la vida en un planeta en el que los monos han evolucionado de manera muy superior a los seres humanos, siendo estos considerados y tratados como "animales" a su servicio. El tiempo en sus manos también está basada en una novela, La máquina del tiempo de H.G. Wells, y cuenta los viajes a través del tiempo de un caballero inglés a bordo de una pintoresca máquina de su invención. Ambas son películas de aventuras, con ritmo trepidante y capaces de atrapar a un público juvenil; al de los setenta... aunque me atrevo a decir que también al de ahora ya que han tenido, y siguen teniendo, infinidad de versiones y secuelas que hacen suponer que nunca se cerrará el grifo. Sin embargo, a pesar de su aparente ligereza, las dos tienen un regalo envenenado: enseñarnos el siniestro futuro de nuestro mundo si nosotros, las personas que lo habíamos, no cambiamos de actitud con respecto a nuestro planeta y a nosotros mismos. Son dos películas llenas de paralelismos que cuentan la misma historia; la de una humanidad, la nuestra, degradada hasta la máxima expresión.
Tuve pesadillas durante años con ellas y las he seguido viendo a lo largo de mi vida infinidad de veces. Nunca se me olvidará la primera vez que aparecen en la pantalla esos enormes simios soldados, montados a caballo, cazando seres humanos y llevándoselos dentro de camiones-jaula, para ser distribuidos entre el zoológico, el museo de historia animal o los experimentos veterinarios. ¿Qué decir del archiconocido y tremendo final en aquella playa bajo la Estatua de la Libertad? De la misma forma que nunca podré borrar de mi mente a los Morloks, esos seres mutantes albinos que sobreviven en un mundo subterráneo alimentándose por cándidos humanos que no son capaces de revelarse ante aquella situación porque hace mucho que dejaron de pensar. Dos visiones poco optimistas del futuro de La Tierra, como resultado de guerras, codicia, epidemias y ambición.
Me había propuesto no escribir nada acerca de la situación por la que atravesamos. Crisis del coronavirus, pandemia... o como narices lo queramos llamar. No lo he cumplido. El bochornoso y repugnante espectáculo de bajeza, poca altura de miras y necedad que uno tiene que sufrir todos los días cuando lo único que intenta es informarse, colaborar en la medida de sus posibilidades y cumplir las instrucciones sanitarias que los profesionales y científicos van indicando a la población, es desalentador. ¿Cómo es posible que algunos antepongan los intereses políticos y económicos a la vida humana y a la búsqueda de la solución de esta tragedia? No me extraña que nos importe un pimiento cuando estas cosas pasan a miles de kilómetros de nuestras sacrosantas fronteras, si ni siquiera con ello encima somos capaces de usar el sentido común.
"No puedo evitar pensar que en algún lugar del universo tiene que haber algo mejor que el ser humano. Tiene que haberlo." George Taylor, El planeta de los simios, 1968
Este es un texto estupendo, Carlos. Puedes ir pensando en imprimir a color este blog, para que llegue más y a las personas queno saben Internet. Aprovecha que estás allí. Ya no me gusta ser Rebeca, cámbiame a May VIVANCO
ResponderEliminarMuchas gracias May pero no sé si estas cositas que se me ocurren le interesarían a alguien, más allá de un clik en el teléfono...la verdad.
EliminarEn cuanto a tu cambio de nombre, eres tú quien debe hacerlo, no yo. Pero Rebeca está muy bien.
Un beso grande.