Antonio es una de las personas más honestas que conozco y, sin duda, es el tío más espartano y sobrio de toda la gente que me rodea. Desde que le conocí, hace ya mucho porque de casi todo hace ya mucho, decidí que quería parecerme a él y desde entonces no he hecho otra cosa que intentar imitarle. Su discreción, su aparente tranquilidad, su criterio y conocimiento sobre lo que nos rodea, su templanza, su cultura... Él no posturea, es auténtico.
En aquellos primeros momentos de amistad me sorprendía diciéndome que podría vivir en una habitación de hotel solamente con un ordenador y una muda. Para mí, que vivo rodeado de objetos y recuerdos, eso me parecía una excentricidad pero según han ido pasando los años y me he ido haciendo mayor, cada vez le comprendo mejor. Creo que ahora, pasado tanto tiempo, yo también podría vivir con tan poco. O casi... porque llegar a su nivel de austeridad no es fácil.
La vida le ha dado duro, ha sufrido, pero eso no le ha hecho perder el norte ni mucho menos victimizarse. Junto a Lucía ha edificado un muro de contención contra la tristeza desde el que, lejos de hacerse compadecer, animan y enseñan a cuantos les queremos a intentar superar la amargura. ¡Cuánto hay que aprender de vosotros, amigo!
Antonio es un ateo convencido, Y apóstata. Sin embargo, tiene un sentido de la espiritualidad y lo trascendente que ya quisieran muchos meapilas de misa diaria. Sabe perfectamente donde está Dios: en la belleza, en el arte, en la naturaleza...y en sus hijos. Pocos padres tan entregados, sensibles y amorosos como él.
Cultiva la amistad con esmero y siempre espera para cuando le necesitas. No tiene que decirlo. Para mí más que amigo es hermano, alguien incondicional que no pide explicaciones ni da consejos pero siempre ayuda.
Antonio, este mes has cumplido sesenta, ¡qué barbaridad!, y te deseo toda la felicidad porque la mereces. De mayor quiero ser como tú.
Agosto de 2024