Ayer asistí orgulloso a la graduación como bachiller de mi
hija Lucía. En realidad es la segunda. Aunque el año pasado no consiguió
superarlo, tuvo su graduación. ¡Faltaría más! Ella y todos los que estaban en
su misma circunstancia. Pobrecitos, ¿cómo no iban a disfrutar de algo tan
importante? La verdad es que he perdido el número de graduaciones por los que ya
han pasado mis hijas. Se graduaron en la escuela infantil y al final de los dos
ciclos del colegio. Ahora no recuerdo si Lucía se graduó también al terminar la
ESO… no estoy seguro. ¡Será por graduaciones!
La verdad es que cada día tolero menos el paripé y son unos
actos que no me gustan. Incluso me parecen un poquito ridículos. Y que nadie se
me enfade, por favor, que no es mi intención molestar. Por supuesto, respeto y
me encanta que los chicos y chicas tengan un día grande, que lo pasen bien y se
sientan importantes y protagonistas en un día tan señalado. Lo mismo que sus familias.
Me gustó mucho que hubiese actuaciones de varios chicos y
chicas tocando el piano y la guitarra, cantando... muy bien, por cierto. De esta forma, estos actos se hacen más amenos
entre discurso y discurso. A mí me gustaría que, además de utilizar para estas
cosas el talento musical de los alumnos y alumnas, las enseñanzas artísticas tuviesen
su sitio real en colegios e institutos y no fueran algo de tercera división,
cuando no son directamente despreciadas. Aprovecho para reivindicar la
inclusión del Bachillerato de Artes en algún centro ripense. Resulta irónico y hasta
vergonzoso que el único que dispone de este bachillerato que permite continuar
estudios como composición musical, bellas artes, diseño, cine y medios
audiovisuales o artes escénicas, sea también el único concertado del municipio.
Comprendo que son asuntos menores, pero no solo de ingenierías vive el hombre.
Y la mujer.
Me gustó mucho ver a las chicas y chicos, tan bien vestidos,
tan arreglados, tan guapos. Grandes escotes en los vestidos, espaldas al aire y
taconazos ellas. Enchaquetados y encorbatados ellos. A mí me gustaría que, en
el instituto, no se hiciera tanto hincapié en que las chicas vayan vestidas
formalmente y enseñando poca chicha no sea que los varones se desmanden y no presten
atención a sus estudios, mientras que ellos pueden asistir a clase más
desaliñados y llevar camisetas enseñando bíceps sin problema. Curiosamente, lo
contrario que en la fiesta de graduación. La corbata les da formalidad a ellos,
mientras que ellas resultan más femeninas si se descocan un poquito. Por favor,
saquemos de la educación esas normas no escritas tan pacatas y absurdas.
Me gustó mucho escuchar los discursos de alguno de los
profesores y alumnos. Vi alguna punta de espíritu crítico, que viene muy bien
en esa ensalada de palabras algo almibaradas y autocomplacientes, con las que se
intenta dejar claro que el esfuerzo exigido y los consejos impartidos han servido
y, gracias a ellos, los graduados y graduadas prestarán grandes servicios a la
sociedad. A mí me gustaría que algunos discursos fueran un poquito menos fríos
y fueran un poquito más de verdad. Que tuvieran menos consignas vacías y no
fueran tan complacientes. Que no se frivolizara con el estrés, la tensión, el
miedo en el cuerpo que han sufrido los alumnos y alumnas durante el curso, sino
que se intentara que no tuvieran que pasar por ello y desde el centro se les
empujara menos y se les ayudara más. Por supuesto, estoy generalizando. Tengo
clarísimo que existen, como en cualquier ámbito, honrosísimas excepciones. Pero esa es la
realidad, los nervios se comen a los chicos y chicas en segundo de bachiller y,
desafortunadamente, les importa mucho menos aprender que conseguir esos
numeritos finales en un papel como dijo alguna de ellas. Claro, también aquí
estoy generalizando.
Me gusta, finalmente, que se reconozca a los mejores, ‘We are
the champios’, que se celebre el esfuerzo, que se premie a los que cumplen con
las expectativas de una sociedad que espera mucho de ellos y ellas. A mí me
gustaría que esa misma sociedad, tan competitiva y poco exigente en valores de
otro tipo, se comprometiera a estimular, a ofrecer esperanzas y ser más humana
con los jóvenes porque ellos y ellas son los que harán el futuro.
Como una persona querida me dijo una vez, lo mejor es enemigo
de lo bueno. Nunca me olvido de esas palabras. A mí me gustaría que lo bueno
fuese lo mejor.