Recupero
una cosa que escribí en 2008 y que creo que enlaza con varias conversaciones que
he tenido en estos días con algunos amigos al hilo de diferentes asuntos: la educación,
las emociones, la corrupción con la
que nos desayunamos todas las mañanas… En fin, sigo pensando lo mismo que
cuando lo escribí y me parece que resume lo que opino sobre las miserias entre
las que no tenemos más remedio que nadar cada día. Poco ha cambiado el panorama en estos años, excepto en que ya se ve claramente hacia donde conduce tanta brillantez aparente, aunque no estoy muy seguro de que hayamos aprendido la lección.
EL
ÉXITO
Vivimos
en la sociedad del éxito. Hablo del éxito económico, claro, y del profesional,
como vehículo para lograr la mejor posición económica posible.
Lo
que, según una encuesta realizada por la Comunidad de Madrid y publicada hoy
por el periódico 20 Minutos, nos preocupa más a los padres son las notas de
nuestros amados niños. Por encima de todo lo demás. Si se drogan, si sufren
acoso en el colegio, si respetan las normas en nuestros hogares –cito
textualmente- nos preocupa, claro, pero
que no consigan unas notas que les garanticen ser aptos para la competición en
la que les va a tocar batirse, eso sí que nos quita el sueño.
Y
luego está lo del bilingüismo –tan de moda en estos días de campaña electoral-
tan traído y tan llevado. ¿Nos preocupa que nuestros hijos puedan viajar por el
mundo sin complejos y con la posibilidad de que se entiendan con el resto del
personal?, ¿o realmente, lo que queremos es que queden en un buen lugar cuando
les hagan una entrevista de trabajo en una multinacional para optar a algún
cargo directivo?
¿Qué
es el éxito? No quiero imaginarme una sociedad sin artistas, panaderos,
carpinteros, artesanos… en la que todos seamos directores de banco. Bilingües,
of course.
20
de febrero de 2008